El Realismo es un movimiento artístico que surge en la segunda mitad de siglo XIX, como una respuesta al Romanticismo, que tenía ya un siglo dominando los cánones del arte. El Realismo trata de hacer un calco de la realidad, en la literatura se ve representado utilizando situaciones reales en lugares comunes con personajes cotidianos. Se dejan atrás los ideales de una dama de sociedad débil para pasar a una mujer pobre.
El término “realismo” se le atribuye al artista Jules Champfleury, sin embargo sabemos que el movimiento es mucho más complejo que sólo intentar ser una representación del mundo.
En la Literatura una de las máximas expresiones del movimiento es la publicación de la novela “Madama Bovary” en 1856 novela escrita por Gustav Flaubert, quien fue llevado a juicio por escribir una novela contaminada.
Aquí dejamos una de los fragmentos más hermosos de esa novela, les recordamos a los lectores que a partir de esta fecha, tomaremos cada semana a un autor realista para exponerlo y tratar de comprender su tipo de realismo en este blog…
“ -¿Adónde va el señor?- preguntó el cochero.
-¡Adonde usted quiera!- dijo León empujando a Emma dentro del coche.
Y el pesado vehículo se puso en marcha.
Bajó por la calle del Grand-Pont, cruzó la plaza de las Artes, el muelle Napoleón, el Puente Nuevo y se detuvo en seco delante de la estatua de Pierre Carneille.
-¡Siga adelante!- dijo una voz que salía de dentro.
El coche reanudó su marcha y, dejándose llevar cuesta abajo, desde la encrucijada La Fayette, entró galopando en la estación del ferrocarril.
-¡No; siga derecho!- gritó la misma voz.
El coche de punto salió de entre las verjas y no tardó en llegar al Cours, donde fue a un trote lento en medio de los grandes olmos. El cochero se secó la frente, puso su sombrero de cuero entre las piernas y sacó el coche fuera de las entrecalles, a la orilla del agua, cerca del césped.
Siguió a lo largo del río, sobre el camino curvo cubierto de grava, y por mucho rato del lado de Oyssel, más allá de las islas.
Pero de repente echó a correr a través de Quatre-Mares, Sotteville, la Grande-Chaussée, la calle Elbeuf, y se detuvo por tercera vez, ahora en frente al Jardín de Plantas.
-¡Siga adelante- exclamó una voz más furiosa aún. (…)
Y en el puerto, en medio de los carretones y de los barriles, y en las calles, en los ángulos de los guardacantones, los lugareños abrían grandes ojos, asombrados ante tal espectáculo no acostumbrado en provincia: un coche con las cortinillas bajadas, que hacia su aparición una y otra vez, más cerrado que una tumba y sacudido como un navío por la tempestad.
Ya en pleno día, en el campo, cuando el sol lanzaba sus rayos más fuertes contra las viejas linternas plateadas, una mano desnuda pasó bajo las cortinillas de tela amarilla y arrojó papelitos rotos al viento, que se dispersaron y cayeron más lejos, como mariposas blancas, en un campo de trébol florido.
Luego, a eso de las seis, el coche se detuvo en una callejuela del barrio de Beauvoisine, y bajó una mujer que llevaba echado el velo por la cara y que no volvía la cabeza. “ (FLAUBERT)